Había una vez en Ecuador, un trío de milicos, que creyeron que era buena nota que la gente sin uniforme maneje los destinos del país. Alguna gente sin uniforme. Y para llevar a cabo su malévolo plan, le pusieron el nombre de ‘Retorno a la democracia’. La parte medular del plan era que poca gente ganara una y otra vez los comicios.
Para ello, crearon un engendro llamado Cámara Nacional de Representantes, esta cámara pronto se volvió una vergüenza nacional, porque, en lugar de apoyar a la fuerza del cambio, alojó en su interior a los ‘patriarcas de la componenda’. Los mismos patriarcas, le cambiaron el nombre al ente y lo llamaron Congreso Nacional. Pero no por eso dejó de ser una vergüenza nacional, porque aprovecharon para cambiar la elección de ‘vergüenzitos’ (diputados) de la segunda vuelta a la primera, con lo cual cada vez los elegidos resultaban más vergonzantes.
No bien estrenaba nuevo nombre, la vergüenza nacional decidió que debía cambiar la Corte Suprema, en cumplimiento a la amenaza de la oposición de ‘gobernar desde el congreso’, o sea, gobernar en la propia vergüenza nacional. Como el presidente no era un presidente, sino un rey de la selva, mandó elefantes, digo, tanques, a rodear la corte. La pugna entre el león y la vergüenza nacional sólo se solucionó cuando se repartieron la corte a medias. Ahí si, todos contentos.
La vergüenza nacional hizo honor a su nombre cuando comenzaron a sacar pistolas, lanzarse ceniceros y patear a los ‘vergüenzitos’ de oposición (BTW, gracias a quien le sonó a Jamil, gracias, en serio).
Con los años, la vergüenza nacional adquirió un síndrome de megalomanía crónico, y comenzó a devorar cuanto poder podía: primero el poder destituir ministros pasando un día, luego, de manejar fondos a través de los contrato$ colectivo$. La vergüenza nacional llegó incluso a destituir jueces que no les seguían la corriente en sus persecusiones políticas. Con el tiempo la vergüenza nacional devoró todo el poder, destituyendo a un demente que estaba amarrado con una banda tricolor y en su lugar puso a su hijo predilecto, Fabiolo. El interino cuya más ‘grande’ obra en Carondelet era recortar las patas de las sillas donde se sentaba la vice, Rosalía, quien, desde que le quitaron el empleo de presidente, habla con tono de ‘ya mismo voy a llorar’.
Sólo un par de años después, la vergüenza nacional fue invadida por una multitud de indígenas liderados por un coronel ansioso de poder (de poder dar empleo a sus parientes). Entonces la vergüenza nacional fue testigo de un golpe de estado, que, sólo unos meses después, fue borrado de la historia con una amnistía de la propia vergüenza nacional.
El nuevo botadero de basura, permite incinerar desechos tóxicos antes de ser enterrados junto con otra basura.
Como el coronelito resultó populista, llegó a presidente. Luego de tres años de servir como edecán de un prófugo de la justicia, el coronel fue expulsado del poder. Como los militares necesitaban un pretexto para retirarle el apoyo, pidieron a la vergüenza nacional que dicte una resolución en contra de la dictadura del coronel. Lo que nadie quiso acordarse es que fue la propia vergüenza nacional la que sirvió para demoler cortes y tribunarles con resoluciones de 52 votos.
Días después, la vergüenza nacional expulsó a algunos de sus ‘vergüenzitos’ para sentirse mejor, pero los duros, los que tienen padrinos (y el mismo padrino) fueron perdonados.
Ahora, la gente y el gobierno, intentan cambiar a la vergüenza nacional para que funcione mejor, pero muchos se oponen. Sin fondos reservados ni frecuencias de radio ni embajadas, dudo mucho que consigan los 51 votos para aprobar la consulta. A menos que la consulta sirva para cambiar otras cosas y dejar intacto el poder de la vergüenza nacional.
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