Tuesday, February 21, 2006

Populismo informativo

Por Diego Araujo Sánchez, (tomado de Diario Hoy, lunes 20 de febrero 2005).

Con la derrota electoral de Galo Plaza en 1960 frente a José María Velasco Ibarra, para el ex presidente Osvaldo Hurtado tuvo su partida de nacimiento el populismo en el Ecuador contemporáneo. En ese año fue derrotada una posibilidad de modernización del país y triunfó el discurso retórico, irresponsable, cargado de ofertas e insultos del populismo que, según entrevista a Hurtado en diario El Comercio, no solo echó raíces entre los políticos sino en “buena parte de los periodistas, todas las organizaciones sindicales e incluso algunos empresarios…” Entre la extraordinaria figura de Velasco Ibarra y los líderes populistas que vinieron después se abre un abismo en el que precipita la política nacional, con las degradantes experiencias de Abdalá Bucaram y la más reciente con su ex edecán, el coronel Lucio Gutiérrez.
Además, no cabe duda de que se ha desarrollado un pernicioso populismo informativo. Así como los políticos crean redes de clientes con fines electorales y para canalizar las promesas o la entrega de dádivas asistenciales a sectores populares, la comunicación busca captar clientes antes que ciudadanos y entra a operar con los resortes del mercadeo: la televisión se concentra en una lucha a brazo partido por ganar rating. El espectáculo cumple, en las páginas de un diario, el espacio de la radio y las pantallas de la televisión, una parecida función a la de la tarima de los políticos. La potencialidad de la televisión para el espectáculo es infinitamente superior a la de los otros medios y este se usa como fórmula insustituible para triunfar en la competencia por el rango de audiencias.
El populismo informativo se alimenta del escándalo, el sensacionalismo, la crónica roja. Los comunicadores se atribuyen un papel militante, protagónico. El entrevistador se convierte en el juez todopoderoso que condena y perdona al personaje público entrevistado. La audacia inteligente de las preguntas deriva muchas veces en pura agresión, alarde de poder y vanidad de quien maneja los tiempos y las tomas de las cámaras y puede reprender, cortar, dejar con la palabra en la boca al entrevistado. Otro rasgo de este populismo es que no establece diferencias entre la información y el comentario. El informador se sube al púlpito de predicador. No hay noticia que transmita monda y lironda. Todas llegan cargadas de opiniones y la supuesta sabiduría y autosuficiencia del reportero, el presentador o la estrella del medio, que dicen la última palabra en cada tema, asumen un papel vicario de políticos y, como es usual entre los populistas, se construyen sus enemigos, endilgan la culpa de todo a los demás, hacen profesión de democracia, aunque tiene comportamientos descaradamente autoritarios; por este camino, construyen su propia carrera política y se perfilan como candidatos a cualquier cargo de elección popular.
Los medios tienen la obligación de poner las barbas en remojo frente a la tendencia hacia el populismo informativo. Nada colabora a crear una representación tan banal y fragmentada de la realidad ecuatoriana como este manejo de la comunicación, con tanta versión maniquea, negativa, escandalosa y simplificadora de esta.